Nací en San Miguel, Provincia de Buenos Aires. Hasta que terminé el secundario “ir al centro” era ir al centro de San Miguel. Ir a la Capital eran palabras mayores. Estudié desde el Jardín hasta la Secundaria en el “Angel D´Elia”, un colegio privado que intentaba tener un buen nivel académico con perfil de padres de clase media. En la cuadra de mi casa, en la calle Belgrano, entre Zuviría y Gelly y Obes, había un terreno baldío en la esquina, donde jugábamos a la pelota. En esa esquina terminaba el asfalto, ¡y estábamos a 6 cuadras de la estación del tren! Siempre andábamos en bici por todos lados. Entre los 15 y los 18 jugué al rugby en Regatas de Bella Vista, pero sólo corría rápido y nunca me integré del todo al grupo.
Decidí estudiar Física porque tenía facilidad para las ciencias exactas y la matemática. Química inorgánica, y en especial la tabla periódica, me habían parecido algo increíble, pero en cambio, química orgánica me había parecido horrible. Además, mis padres y abuelos no eran universitarios, y dedicándome a las ciencias exactas le escapaba a la competencia familiar. También ayudó que en quinto año el profesor de Física era un licenciado que nos ayudó a prepararnos a todos los que íbamos a anotarnos en Exactas e Ingeniería.
Desde fines de la secundaria, y por 5 años, canté en coros. Conocí Europa en un viaje con el Coro Polifónico de José C. Paz, y también canté en los coros del secundario y la universidad. Por mi registro de barítono, algunas veces cantaba las partes de tenor y otras bajo. Cuando me acerqué al fin de la carrera, abandoné el canto y me dediqué a la física. El hobby pasó a ser el fútbol con amigos después del trabajo.
Cursar en la Universidad me hizo ingresar a otro mundo, donde conocí gente con otras miradas y otra formación, más propia de una gran ciudad. Cuando estaba avanzado en la carrera, empecé a dictar clases como ayudante de segunda y no paré más. Siempre estuve en cursos de laboratorio, a pesar de que mis temas de investigación, durante bastante tiempo, fueron de física teórica.
Unos años después de terminar el doctorado y haber entrado al CONICET como investigador, me di cuenta de dos cosas: podía publicar trabajos científicos si me lo proponía; la probabilidad de que alguno tuviera un impacto en la sociedad era realmente baja. Y allí descubrí que podía hacer gestión universitaria, lo que me permitía sentir que mi tiempo realmente lo estaba dedicando a algo trascendente.
En el plano familiar, tengo una hermana menor, me casé dos veces y tengo dos hijas.
Siempre fui un obsesivo por los horarios -herencia pasada por mi padre de mi abuelo ferroviario- y traté de hacer algo con mi paso por la vida que valiera la pena, sin prestarle atención a los aspectos económicos. Afortunadamente siento que hasta ahora pude ser consecuente.